LANGREO : II Encuentro anual - 2008

"EL PATRIMONIO HUMANO DE LANGREO "

Francisco Javier Fernández Vallina


       Ilma. Sra. Concejala de Cultura y amigos miembros de la Corporación municipal de Langreo.
       Ilmo. Sr. Presidente y Directivos de “Langreanos en el mundo”.
       Ilmos. Sres Presidentes de las Asociaciones de Asturias en Bruselas, de honor de la Fundación Marino.
       Ilmo. Sr. Langreano de honor - 2008
       Amigas y amigos:

    Pareciera omisión imperdonable no iniciar este, para ustedes, inevitable monólogo, sin el rito necesario que consagró a cuantos le precedieron. Me refiero, obvio resulta, a la expresión más cabal de la gratitud justa a todos y a cada uno de los que hoy me honran otorgándome palabra y atril y a la cita erudita con la que solemos adornar nuestra propia vanidad, suponiendo estimular con ello a nuestros razonablemente ya escépticos escuchadores de tanta periódica oratoria.

     Haré afectuosamente la primera, no sin humildemente dejar advertido, en público mensaje, el doble grave error, por no llamarlo pecado, de quienes han perpetrado tal horror. En efecto, doloso es ya honrar a quien tanto trecho deber recorre aún para su primer merecimiento, pero además comete otro delito aún, propiciando el agasajo, pleno eso sí de inenarrable emoción para mí, por parte de quien no sólo me precede en honor, dignidad y gobierno, sino en aquella sabiduría y bondad que haría temblar a cualquier discípulo que osare acechar su calcañal o desatar su sandalia. Aquí sería perfectamente aplicable aquel dicho, que, en general, vale más para tranquilizar conciencias conservadoras: ¿Cuándo se vio semejante desatino que glosara el hermano mayor al pequeño?
    Reconoceré, no obstante, la originalidad y concluiré que, al contrario de aquel bendito Simón, hijo de Jonah, sí dictaron tus palabres, queridu hermanín, la sangre y la carne y no un dios pacientemente garante de la mínima justicia, que reconociera algunos de los atributos que inmerecidamente me has regalado, ante gente tan importante como paciente.

     Pero vayamos ya a la cita, que también para que al pórtico no le falten arcos novedosos, es más bien una glosa, eso sí nada menos que del viejo Goethe, que enlaza entrada con mesa puesta, es decir, nos entroniza en el patrimonio humano de los "langreanos en el mundo". Nos explica acerca del hombre el viejo sabio alemán, aquél que llegó a vislumbrar el cielo de tanto tratar con el guardián del infierno, como buen clásico, que nada podrá tal aprendiz humano emprender, si su raíz no es profunda, arraigada y fuerte, aunque parezca pleonasmo innecesario, como la de nuestros carbayos, texos o castaños. Mas, liberado por belleza o amor, es decir, como ejemplar romántico ilustrado, supo intuir el sabio alemán que aquel hombre-árbol nada podría hacer sin desplegar ramas con flores y frutos, aunque ello costara tristes y bellos otoños y, sobre todo, inviernos crudos, que trocearan cada año aquellas alas, que sólo volverían a volar, creando otra vez ellas mismas su nueva primavera.

    Tiendo por ello a pensar, con más insistencia cada vez, especialmente con el color que pinta en nuestras hojas de Asturias la luz del primer avientu, que no otra cosa debe ser este conflicto que trae loca a la Postmodernidad entre identidad y libertad, entre tradición y creación, entre memoria y futuro.
     Y barrunto que, al igual que la savia en aquel árbol permanece, vive, nutre y une raíz y ramas, debe haber una sangre, a veces ignorada, otras oculta, que debiera alimentar ambos imprescindibles componentes de la Humanidad.

FJavier11     A vueltas, pues, con la Memoria, la del común Patrimonio, que no debiera enfrentar lo que en definitiva nos constituye, como proclama ese lema de “langreanos en el mundo”, al que volveremos. Pero debemos antes reflexionar sobre una paradoja a la que mi devoción por el mundo educativo me ha llevado no pocas veces a plantearme, cuando de Patrimonio humano, es decir, de Cultura, hablamos. Si pudiéramos por un instante ver a nuestra especie con ojos independientes, tal vez al modo de Dios, si se me permite la blasfema imaginación (en este supuesto, por cierto, con loable sentido teórico y práctico, se basa la razón ilustrada y científica), su comportamiento resulta curioso en extremo.

     Casi todas sus culturas a lo largo de la historia, con rara unanimidad, mayor cuando su riqueza y complejidad se incrementan, se empeñan en transmitir la Memoria a quienes, como niños y adolescentes que son, sólo quieren y tienen futuro, mientras que sus mayores y ancianos, que abundan en experiencia, quisieran muchas veces jugar con un futuro que ya no pueden configurar. La comparación, al menos aparente, con el mundo animal, se nos antoja más exitosa, si a los resultados nos atenemos. Desde luego, no cometen los mismos errores tantas veces. No deseo con esta leve provocación suscitar un apasionado debate sobre qué y cómo debemos enseñar, excitando la pasión socrática que todos atesoramos, pues no es tiempo ni lugar para ello. Baste este apunte para hacer notar cuanto distamos aún de lo deseable, si a la Memoria le correspondiera, como sostengo, un cierto sentido moral. De ella nos habla bella y magistralmente el gran poeta, maestro y amigo asturiano Ángel González, que acaba de dejarnos:

A MANO ARMADA

            A mano armada,
            cuando la noche impone su costumbre de insomnio
            y convierte
            cada minuto en el aniversario
            de todos los sucesos de una vida;
            allí,
            en la esquina más negra del desamparo, donde
            el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,
            los recuerdos me asaltan.

            Unos empujan tu mirada verde,
                                                  Otros
            apoyan en mi espalda
            el alma blanca de un lejano sueño
            y con voz inaudible,
            con implacables labios silenciosos,
            ¡el olvido o la vida!,
                                                 me reclaman.

            Reconozco los rostros.
                                                 No hurto el cuerpo.

            Cierro los ojos para ver
            y siento
            que me apuñalan fría,
            justamente,
            con ese hierro viejo:
                                                la memoria.

    Hablar, pues, de Patrimonio humano de Langreo es dialogar de nosotros, forzosamente de lo singular y de lo común, de lo aparentemente evidente, pues la Historia anida y se moldea incesantemente en letra impresa o virtual, al alcance de todos, pero también de lo más íntimo, pudoroso, aquello que aparece como dialéctico, incluso, entre los langreanos de aquí y los diáspóricos.

    Deseché, pues, la enumeración de hechos más o menos relevantes o el panegírico de nombres ilustres, que nada añadirían a lo que ustedes mejor que yo dominan, para tratar, en breve esbozo, de seguir el camino que Goethe nos propone, tomando la mirada que la UNESCO otorga a lo que vino en denominarse “patrimonio inmaterial”, no seguramente el adjetivo más acertado o entrañable, pero ciertamente el que permitió consensuar las manifestaciones del profundo mundo simbólico con sus expresiones espirituales, sin exclusividad religiosa alguna.

    Olvidé, en consecuencia, los grandes relatos y los personajes famosos, siempre sujetos a inevitables e interesadas interpretaciones, para buscar la contemplación de las huellas que machadaniamente formaron caminos, para tratar de encontrar esas “palabras de silencio” que aún hoy nos interpelan para buscar nuevas sendas de creación. Son el alma de tantos nombres, imposibles de enumerar, que guardan la Memoria del Patrimonio Humano que sigue alimentando a nuestro querido Langreo.

    Mi ilustre, él sí, predecesor en esta contienda literaria, glosó, ha hoy un año, el valor de los intangibles de modo riguroso, atractivo y esclarecedor. Tenía razón al afirmar el futuro como lo hacía y a su voluntad me uno, ya que con su saber no puedo. Por eso, mi reflexión precede, porque va antes, como la necesaria Memoria, a la necesidad de innovación que legítimamente nos señaló.

    Claro es que debo comenzar por este noble y a un tiempo casi novedoso nombre de Langreo o Llangreu, que tanto monta, aunque sí me permiten decirlo así, préstame muncho más velos juntos, afayadizos, que engarrádose per les esquines. Sean bienvenidos esos valiosos estudios de toponimia que nos remiten a precisos momentos de la historia lingüística o al relato etiológico( qué bien los fai, entre otros, por cierto, el mi propiu hermanu, guey presente).
    Pero, con todo, debo advertir que en el imaginario topológico de mi infancia, y de eso hace apenas 50 años, cantidad que sobrepasa con creces mi media vita, pero es un suspiro para nuestro Patrimonio humano colectivo, aunque me sabía de Langreo, mi universo transitaba desde la Reza la Salve hasta el Puente, donde empezaba el Reino de La Felguera, con el límite máximo del Sanatorio Adaro, vital para mí pues allí laboraba mi padre y el prohibido, y por ello siempre atractivo, Puente de los Ingleses, desde el que se ofrecía una inusitada vista, a través de peligrosos huecos en el metal, de los lodos del entonces río negro.
    Qué lejos parecía en ese tiempo aquella tenaz y clarividente lucha de algunos innovadores que ya vislumbraban un Langreo todo, que en realidad ya no tenía sutura alguna, aunque estuviera tan mal cosido, tras tantos decenios de arrebatarle suelo “al verde de mi valle”.

    En este valle que olvida su verde empieza, a mi entender, el Patrimonio humano que es hoy Memoria viva, es decir, fábrica de futuro. Bien sé, no me lo reprochen aún, que, junto algunos vestigios romanos y seguramente celtas, se enseñorearon por estos lares ilustres infanzones medievales, que aún blasonan nuestro escudo heráldico del Municipio y esas dos portadas románicas de Ciañu siguen ofreciendo el encanto singular de su bella fábrica. Pero ¿Se han parado ustedes a pensar alguna vez que, salvo alguna excepción importante, como la torre de la Quintana, de la que cabe igualmente el mucho hablar, prácticamente nuestros monumentos medievales y renancentistas se amalgaman con edificios o incrustan en inmuebles posteriores, incluido el conjunto de nuestro citado Escudo municipal?

    No quiero, obviamente, mostrar con esta minúscula apreciación, ninguna precisión de rigor histórico o artístico. Sólo quiero valerme de ella para sugerir que el alma de cuanto mayormente somos (sin renuncia alguna a nuestra responsabilidad sobre el patrimonio histórico) arranca en ese siglo XVIII, que nos trae el carbón y de su mano, en los pocos decenios que abrirán el XIX, la revolución del vapor y así la moderna economía acampará hasta hoy entre nosotros.

FJavier22 Sí, queridos amigos y compañeros, somos y nacimos ilustrados y esa singularidad no es predicable de otros pueblos y municipios de la nuestra Asturias y del resto de las Españas que entonces también nos conformaban. Claro es que no fue un parto fácil y sí lleno de convivencias plurales y dispares: la de ganaderos y huertos que aún hoy se cultivan y cuelgan de los montes hasta confundirse en la amalgama urbana y cuyos recuerdos se recrean con primor en trajes, cantos y bailes de valerosos etnógrafos y entusiastas cofrades; la de crecientes masas de abnegados obreros que forman sucesivas barriadas donde vivirán y llorarán a las incontables nuevas víctimas del progreso de los tiempos; la de nuevas clases altas y medias que urdirán industria y comercio crecientes; la de la diversificación de oficios y estratificación social, que alumbrará en el tránsito finisecular la aparición vanguardista del movimiento obrero en España.
    Y a su lado, la impetuosa, creciente y desigual escolarización y desarrollo cultural de la sociedad langreana, que marcó, igualmente para siempre, esa vocación educativa que acariciaba como el bien más preciado cada generación para sus vástagos. Ahora Escuelas públicas y centros escolares religiosos celebran centenarios y restauran, a veces con el inevitable cambio de uso, sus viejos inmuebles para orgullo de propios y goce de visitantes.
    Muy cerca, a su vera, la impronta sanitaria, cuyo instructivo recuerdo nos conmueve hoy en el buen hacer de la memoria que preside el desarrollo vivo del Museo de la Minería.

    Alguna vez, amigos míos, esa Memoria fue futuro, y así se forjó el Patrimonio humano que ahora glosamos.
Podrán argumentar algunos, y no les faltará razón, que el tal proceso caracterizó otras cuencas de Asturias y otros lugares de la vieja España, pero les hablaré enseguida de un Patrimonio humano que, a mi parecer, forjó una idiosincrasia propia, más difícil ya de emular o repetir.

    Me refiero al conjunto de los sentidos del hombre, al de los cinco del cuerpo y a los innumerables del espíritu.

    Vieron aquellos hombres y mujeres que forjaron nuestra Memoria, al crearlo, un microcosmos, que, cual gigante multiforme, nacía en la tierra para irse al mar; el oro negro era, es aún de otro modo, algo, mucho más, que un mero proceso de trabajo que culminara con su extracción. Había que dejar la luz cada día, durante largas horas, para crear una comunidad donde la oscuridad y el polvo igualaba a picadores, barrenistas, entibadores, guajes y vigilantes. Y allí, en un vientre sin madre, fueron madurando las “palabras de silencio”. Madrugó pronto la solidaridad en el medio hostil, pero el mundo del hombre-varón encontró un hueco aún mayor.

    Los nuevos campanarios laicos, los castilletes, con análogas funciones y diversas fábricas, anunciaban cada nuevo templo que unía las entrañas de la tierra con el “exterior”, que se poblaba de nuevos e insólitos edificios de instalaciones y viviendas que pugnaban con cada vez más escaso verde en derredor.
    Pronto llegó el tren, aquel pionero de ancho internacional, que llevaría a Gijón carbón, personas y sueños, que aún perduran en la llamada del inconsciente colectivo de los langreanos, varios decenios antes de que Yung imaginara su cabal significado. La tristeza más triste se quedó para siempre en el alma del niño de Adiós Cordera, con el que Clarín nos llevó a la literatura universal.

    Hombres andaban y pelaban el interior, hombres y mujeres también se afanaban en las múltiples labores del exterior, que continuaban para ellas en casa, mientras los chigres se esmeraban en recordar la vida en el paladar y en la charla.

    Llegó la siderurgia y con ella quedó sembrada Langreo de nuevas agujas y humos, haciendo más grande hostil lo que hoy llaman paisaje urbano y mas caudaloso y plural el paisanaje humano, que ya iba sabiendo compaginar “el sabor del carbón mientras picaba” con un olor especial, compartido, cuya huella descubrían los guajiros descubrían los guajinos al usar su primer pañuelo y las mujeres al estrenar o lavar cualquier visillo.

    Sabores y olores que se confundían con los que iban configurando los ritos civiles de la espicha, que miraban, a veces recelosos a los tenían comienzo o final en iglesias o capillas, tantas como parroquias las primeras, bastantes de la historia y devoción las segundas. Claro que muchas veces los dos mundos confluían en la romería, que el Santu presidía, y era obligada la presencia común, cuando el gran silencio se llevaba la última imagen del ser querido que se iba.
     Olores y sabores que hermanaban chigres y hogares, pues además de hacerlo como en el resto de Asturias a través de la gastronomía común de fabes y arroz con leche, se podría seguramente hacer un buen tratado (pido perdón si en mi ignorancia no cito a quien lo habrá realizado ya) con esa tradición de “cocina casera” que, en manos de nuestras mujeres, uncía cocidos, guisos y postres, que se degustaban por igual en uno u otro lugar y han quedado grabados en ese lugar íntimo y único que es la memoria del gusto.

    Otro homenaje más, en mi entender, que merecen tantas mujeres que han tejido, en silencio, otro de nuestros mejores patrimonios humanos.

    Por su parte, cantos, religiosos y profanos, hacían su mestizaje en los miles de gargantas que axuntábense en la folixia o en la devoción, dejando un espacio propio a ese singular grito contenido, que siempre he visto en la toná y me parece cercano a las “palabras de silencio”, que antes les proponía para reflexión.     Claro que, mientras llegaba el siglo XX, el que ha visto nacer y vivir a muchos de nosotros, ya se convocaban a los maestros de coro y a los buenos directores para corales y bandas de música, que grandes días de gloría vienen dando, sin olvidar gaiteros y tamborileros, que mucha falta hacían en no pocas ocasiones.

    Vista, oído, olfato, gusto iban configurando esa forma de patrimonio, igual a tantos pueblos en lo humano, tan diversa al tiempo en lo más humano…

    Hasta creíamos en nuestros elementos autóctonos y desconfiábamos del maestro o la monja empeñados en romper nuestra inocencia con la buena nueva de que el maíz era nada menos que “importado”, cuando la misma tierra que atesoraba el carbón, desmentía cotidianamente tanto docto conocimiento.

    Pero faltaba… el tacto. Y debemos reconocer que siempre fue, entre nosotros, difícil materia de aprendizaje. Si lo miran bien, todos el mundo de sus abuelos tocaba materiales duros: carbón, metal (hierro o acero, que hasta fundido parece fuerte)…, toda la Modernidad era dura: caminos de hierro y madera; vehículos, cemento, instrumentos de trabajo, … casi todo era (hasta esta era virtual) tan tangible, que perdimos hasta el río y tuvimos que crear no uno, sino más de tres parques para hacer entre aquel amasijo de casas, fábricas y minas, un hogar para el ensueño y el amor.

    Que difícil es el tacto, amigos, les decía. Ese siglo que ustedes recibieron y forjaron, tal vez el de mayor progreso y el más cruel de la historia, tuvo aquí buena y triste muestra de la uno y de lo otro.
    Restauración, Dictadura de Primo de Rivera, Monarquía decadente, II República, Revolución de Asturias con Langreo a la cabeza y con sus vidas, Guerra Civil, la larga noche de la Dictadura…, con sus dramas humanos, personales y familiares, con exilios y crisis económicas sucesivas, entre periodos de desarrollo y hasta esplendor, son demasiados avatares para forjar un tacto dúctil, sutil y amable en la que primara la convivencia y los hombres y las mujeres del siglo XX fueron amasando, tal vez, excesivas “palabras de silencio” que oscurecían el abrazo y la dulzura. Es el silencio que rememora Xuan Bello en sentido poema que reza:

En silenciu tengo pensao nel silenciu.
El silenciu asarientu y pensatible, cruel
cuando dalquién espera una palabra mía
(yo nun pienso en nada, miro al techu y apigazo
y suaño imposibles vides que sobreentiendo).
En silenciu tengo pensado en ti, y en ti
tamién, mi vida, porque te pierdo y canto
aquello qu´esperaba tener y nun tengo…

    Aún hoy pienso en el tacto pendiente de tantas palabras silencio, de abrazos esperados y amores, por ello, sin construir. Tal vez, tras nuestra rápida irrupción en las postomderinades que nos rodean ésta sea ya una asignatura ya bien aprobada y sólo quede, que no es poco, tejer su memoria patrimonial, aunque no dejo de pensar que en ese tránsito tan veloz quizás se nos haya ido para siempre algo de la ternura necesaria.

FJavier3     Por eso, creo ahora que aquellos hombres y mujeres pasaron de los sentidos pasivos y pendientes a cultivar sin desmayo los patrimonios espirituales e inmateriales que nos legaron para siempre. Culminaba el mejor de los primeros en el Carbayu, en el sincretismo vivido de la Santina y la virgen que en ese lugar halló su lar, para coincidir fechas, novenas y romerías, pero se extendió hasta la poesía de Delestal, que escribió cultamente la propia misa, nada menos, que en asturiano. Corría el segundo por venas de sangre jacobina que impulsó, desde el dolor, la lucha para verse en versos, cantares casi de gesta, como la del Pozu Maria Luisa y que amamantó al movimiento obrero de la España toda.

    Y se idealizó una vida que los coros, el nuestro Santiaguín fue, es aún, ejemplar, y la música toda (la toná, gaiteros y tamboriles, las bandas de música, los conciertos) expresaron con la convivencia de añoranzas, presentes y culturas, que se unían a la palabra predicada, dialogada, discutida, culta, de Ateneos y otros foros, que propiciaron una burguesía distinguida, diversa y muy singular.

    La pintura caminó por muchas manos y no pocos temas y se hizo universal con muchos Langreanos, entre los que brillan, uno asente ya, el otro aún fecundo entre nosotros, Úrculo y Lombardía.
    Nada diré de tantos otros intangibles, como diría el querido Javier Cuesta, que cabalmente construyeron empresa y trabajo, quehaceres y sueños, configurando la posibilidad democrática, que ahora cito.

    Porque como tuve ocasión ya de aludir, nuestros padres volcaron aquella palabra de silencio en una decisión prioritaria, que en mucho creo hoy sustenta lo mejor de lo que somos, heredamos patrimonialmente y, por ello, lo tenemos. Es, sin duda, la Educación el bien más preciado del Patrimonio humano de Langreo. Corrían los 50´ del pasado siglo y colegios, públicos y privados, religiosos y laicos, los de aquí y los que en Gijón, Oviedo o León se preciaban llenaban sus aulas de langreanos que estaban llamados, necesariamente por eso, a profesiones cada vez más abiertas y universales, que terminaron llegando al mundo entero. Es ese más desconocido trasterramiento que pobló ciudades de España, con Madrid a la cabeza, Europa toda, con Bruselas en su norte o tantos lugares de Latinoamérica, tan bien representados hoy por nuestro entrañable amigo Juan.

    Era esa diáspora, más que la necesidad perentoria, la consecuencia más cabal de un patrimonio humano, forjado en la generosidad de las noches en las que los padres lloraban en silencio, junto a las tenaces madres que guardaban tenazmente su congoja. Recoge muy expresivamente ese sentir, ahora ya sutil, nuestra Berta Piñán en su hermoso Poema “De les Agües vencíes”:

Un tiempo de palombares altos trainos l´inviernu
y les figales

Lleguen voces del ríu: ya la señardá de les agües
vencíes, del to suañu la savia fresca.

Un rustru busques con vocación de patria,
una solombra de cuerpos u xorrecer la to boca>

y les dolces pallabres más allá, perallá
cuandu la ñeve grita.

Erma ta la viña, tierra blanca que soterrará
el to nome de recielles y herba,

pero nun tornes a casa, amenórguense los díes
y apánguense d´esmenu los llumes y los cantos.

    Así, llegó, al fin, la Democracia, alumbrada en no pequeño trecho por tanta gallardía, valor y sufrir de los sindicatos obreros, que en la mina tuvieron su matriz. Y, al mismo tiempo, pareciendo fatalidad histórica, las crisis todas de nuestro modelo productivo que en Langreo se cebaron, engendrándose un cierto pesimismo existencial, que aún hoy perdura con más debilidad, creo, y que tiene su remota llamada en ese blanco y negro en el que aún con exceso nos gusta miramos y que tanto configuró nuestra historia patrimonial común.

    Ya toca, pues, hacer hoy el testimonio de grandeza y crítica que las últimas décadas del siglo nos dejaron. Admirado desde la atalaya que puede ser este recodo del siglo XXI, en el que Asturias ha emprendido ya, sin complejos y con idénticas dificultades que los demás pueblos, su senda de progreso solidario en una economía saneada y emergente, podemos reconocer la inestimable sensibilidad que el patrimonio humano de tantos trabajadores de Langreo y la cuenca hermana, con clarividentes líderes sindicales, puso sobre la historia para que la salida de tales crisis, que hoy simbolizamos en la del carbón, fructificaran en ese modelo de tránsito, con exiguos costes sociales, que hoy es ejemplo en el mundo para cualquier reconversión. Con dignidad y no poca solidaridad, el río negro se volvió limpio y transparente y arrastró una radical transformación del valle que hoy atisbamos con orgullo y que sigue sustentándose en aquellos valores sociales y humanos, siempre insobornables.

    No dejaré de realizar un discreto apunte crítico a tan admirable proceso: la permanencia de una cierta y arraigada emulación por la figura del “prejubilado”, que quisiera ver transformada, en muchas más personas y comportamientos, por la de un compromiso emprendedor que debemos a nuestros hijos y que ya, por fortuna, tiene su arraigo en esos anticipadores que anidan en Valnalón o en actividades similares.

    Tuve el honor de contribuir modestamente a ese nuevo modelo productivo que empieza a cuajar en nuestro valle. Enunciaré sólo tres símbolos, por lo que representan de un futuro que ya se toca y se va a incrementar en las próximas décadas. En todos ellos prima el capital humano cualificado, ese nuevo modo de nombrar el memorable patrimonio humano colectivo. Pionero había sido el MUMI, por tantas razones que todos ustedes bien conocen. Ahora se abre un nuevo y original reto con el Museo de la Siderurgia (MUSI), del que su icono central, el Refrigerador restaurado, es ya feliz realidad. Aquí anida un potente foco de atracción para Langreo con el fin de y mostrar el patrimonio humano de nuestra mejor Memoria, que líneas atrás honrábamos merecidamente.

    Muy cerca, suturando admirablemente la antigua Sama y la vieja La Felguera, se alza, respetando la figura del ancestral Macelo, la nueva Pinacoteca, santo y seña de una riqueza artística que une Memoria y Futuro. Y en medio, como el mejor estandarte, otra vez el mejor emblema de nuestro futuro, el que mima nuestro capital humano desde esa Universitas de la Formación Profesional Cualificada, que surge con el admirable trabajo de los profesores de los I.E.S. y los Centros, pioneros y estratégicos, de “Mantenimiento y Servicios a la Producción” en Valnalón y de “Imagen y Sonido”.

    Bien sé que hay muchos más testimonios, en la cultura, en la producción y los servicios (como este admirable Hotel Langreo, que nos acoge) , en las empresas de Nuevas Tecnologías, de la nueva Química o de las inversiones multinacionales, en las infraestructuras, en las nuevas miradas de fachadas, paseos peatonales o rutas naturales y patrimoniales, en el mimo de nuestra toponimia y hasta en la emblemática arquitectura deportiva. Todas ellas y las que no enumero son hijas de vuestro fecundo patrimonio humano y están tejiendo ya nuestro futuro colectivo.

    Concluyo ya. Y no puedo hacerlo sin renunciar a mi querencia y mi compromiso. Nada soy y puedo hablar con libertad. Permítanme, pues, ahora esbozar un apunte de futuro. Bien sé que no me toca sustituir a los legítimos protagonistas de éste, sean los poderes públicos, las fuerzas sociales o la iniciativa privada.
     Pero sí tal vez se me permita narrarles un breve sueño, que siempre acompaña mi debilidad por la utopía factible. Asturias hoy, Langreo ahora, posee un tesoro, que tal vez por serlo, apenas se canta con las voces necesarias. Es, sin duda, su capital humano, las generaciones con mayor formación cualificada y educación superior que jamás su historia ha conocido. Si me permiten expresarlo así, tenemos hasta en “superavit” enriquecedor en este campo, que alimenta a los de aquí y a tantos “langreanos en el mundo”.
    Hoy, como todo el mundo conoce, es ese pilar el que junto a la inversión en Investigación, Desarrollo e Innovación configura el nuevo y mejor modelo productivo y social de futuro. Quisiera animarles a que concentráramos en ellos nuestros mejores y mayores esfuerzos. Podemos para ello unirnos, con una fuerza inusitada, los que vivimos en la diáspora y los que aquí viven y faenan. Si así fuera, estoy convencido que Asturias y Langreo, ancladas en su potencial educativo, investigador e innovador, atraerían una riqueza incomparable, que las igualaría al poder convocador del que hoy gozan California o Irlanda.     Comprometidos quedemos con ese futuro posible.

    Mientras, pasearé por Xixón viendo el mar que tantas veces, como el Sporting, fue, es meta de langreanos. Acompañará mi andar el amor inmenso, radicalmente inmerecido, que cada día me conmueve, de mi mujer, Covi (sí, claro, de Covadonga, la Santina, la del Carbayu, la de los montes, los verdes y la historia) y repasaremos tres escultures que besan al mar: una recuerda precisamente la Memoria (Cuentu los díes fuxius de Adolfo Manzano, 2001), la otra la hermandad y convivencia (Solidaridad de Pepe Noja, 1999), la tercera se abre a los cuatro confines del mundo (es de Fernando Alba, Sombras de Luz, 1998 ). Seguiré pensando y creyendo que el Patrimonio humano de Langreo está en las Tres; son mi padre, mi madre y mi hermano; son mi mujer y mis hijas.
    Es la Humanidad desde aquí.
    ¿Hay otra vida mejor para soñar?

MUCHAS GRACIAS

Presentación